Televerio va a cambiar tu vida

La historia de don Televerio y el Profesor es como una historia de amor. Se conocieron, se gustaron y el viejo lo dejó todo por él. Uno, un hombre de campo y que nunca había visto la televisión y, el otro, un Profesor con las ideas claras y con ganas de terminar su estudio sobre la televisión actual. Todo puede ocurrir en sus vidas y Televerio viene dispuesto a enfrentarse a todo...

lunes, 9 de abril de 2007

Capítulo 5. Don Televerio, Cambio radical y los cafés de más de 80 céntimos

"Perdone caballero, ¿le importaría que me sentase junto a usted? Es que llevo toda la mañana de acá para allá y necesito sentarme aunque sólo sea un ratito. Y ya ve usted cómo está la cafetería de llena, casi no cabe un alma y en esta mesa podríamos caber los dos perfectamente", dijo una mujer alta y rubia a don Televerio aquella lluviosa mañana de Semana Santa. "Como no señorita. No me perdonaría en la vida privarme de este honor de compartir mesa con una moza tan guapa como usted", respondió el anciano. Y es que Televerio había tenido una gran suerte aquel día. La tarde anterior había planeado disfrutar de aquellos días de descanso "televisivo" en los que no vería al profesor. Procesiones, largas tardes en el café de la esquina, alguna que otra escapadita al hogar del jubilado a jugar una partidita al dominó... en fin, todo aquello que un hombre de su edad podía permitirse. Sin embargo, el tiempo no le había acompañado y tuvo que contentarse con bajar a la cafetería del hotel a tomar un café caliente mientras hojeaba algunas revistas que había tomado prestadas del hall de su nueva casa. Así que cogió su boina y su bastón y se apresuró a coger un buen sitio en la cafetería. "Mierda, está completamente llena", masculló entre dientes el viejo. "Ya sabía yo que tenía que haberme levantado antes para sentarme junto a la ventana". Pero, ¿qué veían sus ojos? ¡Un sitio libre! Rápidamente se apresuró a correr hacía su tesoro y después de varios empujones y algunas disculpas consiguió hacerse con el ansiado asiento.

"Cualquier mañana fría y lluviosa puede convertirse en un día soleado y precioso con sólo tenerla a usted como compañera" le dijo don Televerio a su nueva acompañante. "Muchas gracias por el piropo. La verdad es que últimamente nadie me dice nada bonito a mí, siempre a las demás. Estoy un poco cansada ya de piropear y decir cosas como qué guapa estás o qué guapa has quedado", contestó ella. La verdad es que don Televerio no entendía porqué su nueva acompañante decía aquello, pero estaba tan inmerso en conocer a aquella señorita que no preguntó nada. "Oiga, esa revista que esta usted hojeando, ¿no serán las fotos robadas de
Elsa Pataky?" preguntó la rubia. Rápidamente don Televerio bajó la mirada al montón de publicaciones que había cogido de la recepción del hotel. Cuando lo hizo, no pensó que nadie se sentaría a su lado ni le preguntaría por ellas. Sí, era verdad. Había congido aquella revista porque salía una señorita estupenda en su portada muy ligerita de ropa. Como si fuera un quinceañero bobo, notó como se enrojecían sus mejillas. "¡No se avergüence caballero! No le diremos a nadie que estaba mirando las fotos en cueros de esa señorita. Sin embargo, si me permite mi opinión, hay muchas mujeres en el mundo que deberían ocupar esa portada antes que la Pataky. No es que me de envidia, porque ya puede usted comprobar que yo no soy tampoco un adefesio, pero me apostaría lo que quisiera a que esas tetas son operadas y que se ha hecho algo en la nariz. Y se lo digo yo que últimamente se mucho de cambios radicales", añadió.


¿
Cambio radical? ¿No era así como se llamaba el nuevo programa de Antena 3? Don Televerio miró nuevamente a su acompañante y se frotó los ojos como si acabara de ver un espejismo. Desde el principio, la cara de aquella mujer le había parecido familiar, pero pensó que se la habría cruzado en algún pasillo del hotel. "No Televerio, no. Una hembra como esa no se te habría escapado", masculló entre dientes. "¿Qué dice?", dijo la mujer. "Nada, cosas mías", dijo el viejo sonriendo nuevamente como un adolescente lleno de hormonas. "Discúlpeme, llevamos un buen rato charlando y todavía no me he presentado. Me llamo Televerio García, para servirle a usted y a Dios. Soy de un pueblecito de Galicia pero estoy pasando aquí una temporadita ayudando a un amigo con un proyecto", añadió el anciano ofreciéndole su mano e intentado hacerse el interesante. "Oh, perdone. Qué boba soy. Me llamo Teresa Viejo y soy presentadora de televisión. Quizá haya oído hablar de mí. Actualmente presento Cambio Radical, un programa en el que ayudamos a la gente a cambiar su imagen y a ser más feliz", dijo la mujer apresurándose a estrechar la mano de Televerio.

¿Qué había dicho? ¿Teresa Viejo? ¿Aquella rubia despampanante que estaba sentada a su lado era la moza que había visto en la televisión? Increíble. Cuando se lo contase al profesor no le creería. "Perdone por no haberla conocido, me acabo de levantar y todavía no he aterrizado en este mundo", se disculpó Televerio. "De haber sabido que era usted una estrella de la televisión le habría preguntado algo más". "No se disculpe, la verdad es que me apetecía tener una conversación con la gente de la calle y no ser reconocida. Aunque por otra parte he pensado: Teresita, tantos años en la tele para nada, ¡no te ha reconocido nadie! Pero bueno, yo me contento con presentar un buen programa, con éxito y
que no se parece en nada a esos nuevos realitys que hacen uso de los sentimientos para ganar audiencia. Porque otra cosa no, pero uso de la sensiblería en mi programa, nunca".

El viejo intentó reprimir una nueva sonrisa, pero no pudo. ¿Qué se creía la presentadora? Vale que no la había reconocido, que sólo había visto el programa un par de veces y que era un principiante en eso de la televisión, ¿pero decirle que no usaba la sensiblería en su programa? ¿Acaso no se acordaba de aquellos vídeos en los que una madre con cara de cansada, con una luz horrible que le acentuaba las arrugas y con los ojos vidriosos se despedía de sus hijos como si se marchase a la guerra? Perdona bonita, pero tú lo has elegido y te van a operar la nariz solamente. Tranquila. ¿Pero qué se había creído?

"Disculpe, tengo una pregunta para usted, señor camarero ¿cuánto cuestan los cafés que hemos tomado mi amigo y yo?", dijo Teresa. Don Televerio no se había percatado de que la presentadora había recogido ya sus cosas y que buscaba algo de calderilla en su monedero. "No hombre, tranquila. Pagaré yo los cafés", dijo el anciano. Encima de que me toma como un bobo no voy a ser también un mantenido, pensó. "No, me niego. Ha sido usted muy amable y me ha alagado con su compañía. Déjeme pagar a mi. Además, tengo prisa, me están esperando en la televisión. Así que como el camarero no me hace ni caso, si no le importa, le dejaré el dinero a usted y me marcharé rápidamente", se apresuró a decir la presentadora. "Bueno, no vamos a discutir. Ya le invitaré yo a usted la próxima vez. Ale, marche con Dios". Y antes de que el anciano terminase su frase, la rubia le plantó dos sonoros besos en las mejillas y le dejó unas cuantas monedas en la mano. Don Televerio se quedó atontado mirando como la presentadora se marchaba. "Esa sí que es una mujer, no como las de ahora", pensó en voz alta.

"Dos con cuarenta, abuelo", le dijo la camarera. El anciano cogió las monedas que Teresa le había dejado en la mano y las contó. Un euro con sesenta céntimos. Fue entonces cuando Televerio calculó: ¡
80 céntimos por cada café! Pobre, otra que se creyó las palabras de Zapatero el otro día...